en El escritorio del Dr. Krushier

«Era marzo de 1892, la lluvia cubría las calles de aquel decadente Kazakievo. Todavía resuenan aquellas gotas en el sepulcral silencio, el único que hoy osa poblarlo.»

Las páginas se leían solas, pero mil dudas asaltaban su joven e inquieta mente. ¿Que fue de Kazakievo? ¿Realmente existía tal ciudad? Y en caso afirmativo, ¿nadie vive ya allí?

Sólo había una forma de responder todas esas dudas: Viajar a la antigua Unión Soviética. Cogió su abrigo, su mochila y algo de dinero, y partió al aeropuerto, con vistas a coger el próximo avión. Total, todavía tenía aquella tarjeta sin límites que le dio su buen amigo Robson después de aquel viaje a Sudáfrica.

Pero cometió un error. Un error que también pasó por alto el personal de los aeropuertos de despegue y de regreso. Un error que no detectó el conductor del autobús que llevaba hasta las cercanías de la ciudad fantasma. Un error que sólo llegó a advertir cuando llevaba cuatro horas caminando.

Se había quedado dormido en medio de su lectura.


Un besito para Ivo, que me inspiró, me prestó sus manos, e hizo la primera lectura y crítica de esta locura: «Escribe más movidas asi».

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