Una newsletter para los que estamos hartos de newsletters.
Hola, soy Carlos.
Hace unos años, una idea me estuvo rondando la cabeza: Hacer una lista privada de correo.
Compartir las cosas que me dan que pensar, y que suelo contar en la comida, tomando cafés con gente, o en el bar. Especialmente en el bar.
Pero estaba, y estoy, harto de que me llegue mierda al email.
Llevaba unos meses, estuve un mes viajando mucho por trabajo. Viajar por trabajo es cansado. Estás demasiado tiempo trabajando, y muy poco viviendo la realidad de la ciudad donde estás.
A mi amiga Marina, que vive en Dinamarca, le da mucha envidia. Siempre me pide que le mande postales. No te voy a engañar, normalmente se me olvida.
El caso.
Hay algo mágico en que te llegue algo físico a casa. A tu nombre. Para ti. Que se lo digan a Amazon.
Pues eso. Que empecé a mandar cartas a casa. O a donde me dijesen, vaya. Puede ser la oficina, la casa de tu madre, o tu apartado postal. Dónde quieras. Si lo puedes recibir, me vale.
Si, por correo postal.
¿Cada cuanto mandaba estas cartas?
Una vez al mes.
Mi amiga Marina diría que revivir el correo postal es toda una experiencia. Ella vende muy bien.
Hay gente que me dijo otras cosas:
– «Pero Carlos, el correo postal ha muerto»
OK. No te suscribas. Por supuesto, no tienes por que hacerlo. Menos logística que manejar.
– «¿Vas a matar árboles para esto?»
Sólo uso papel reciclado, y sobres de papel reciclado. He encontrado un par de proveedores muy buenos, con cero impacto de carbono, sin CFCs, y con el sello Blaue Engel.
– «¿Y si quiero darme de baja?»
Te das de baja, y tan amigos. Y, si no sabes bien cómo, me escribes, y yo mismo te saco de la lista. Así de fácil.
– «Te vas a dejar un pastón. Manda emails»
El correo postal es no es tan caro cómo parece. Y, aunque lo fuese, merecería la pena. Tampoco es para todo el mundo. Hay a quienes nos gusta comer, y quiénes prefieren ver a otra gente comer en Youtube. Las cartas son para los que entienden ésto.
– «¿Y es gratis?»
No, no es gratis. Cuando empecé, lo fue. Ahora no. El precio es simbólico, para cubrir costes. Créeme, no me voy a hacer millonario mandando cartas. En cualquier caso, prueba a doblar, ensobrar y escribir la dirección en más de 200 cartas. Si lo harías gratis, me escribes y te traspaso la lista.
– «¿Es seguro?»
Si, lo es. No guardo tu tarjeta, sino que utilizo Stripe: un proveedor de pagos que se encarga de que toda la información esté almacenada de forma segura.
La gente tiene muchas objeciones, en general. Eso me gusta. Hace de filtro entre a quienes quiero escribir, y a quienes no.
Si fuese un email, o un blog, me daría más igual. Pero no lo es. Yo te escribo a casa.
Bien.
Si has leído hasta aquí, es que te parece una idea lo suficientemente loca como para que te interese. Pues, lamento decirte, que las inscripciones están cerradas.
He pasado por una etapa bastante compleja, con mucha ansiedad. Las cartas han sido una especie de diario, donde contaba mis pensamientos más locos. Poco a poco se hicieron más y más personales, y llegó un punto en el que la ansiedad y las cartas estaban chocando.
Es jodido, pero es así.
Sigo enviando a quienes estaban hasta diciembre de 2022, cuando cerraré por completo el proyecto.
Oye, yo quiero leerte
Bien. Quiere decir que, con lo poquito que te he contado, he captado tu atención. Igual en vez de programador debería ser copywritter. Quien sabe.
El caso.
Que cartas a casa no te voy a mandar. Te diría que lo siento, pero no es así. Necesito cerrar ese proyecto.
Sin embargo, he vuelto a coger el hábito de escribir. Y lo hago casi a diario. Así que igual me planteo irme al medio en el que no me quise meter de primeras: Al email.
«Carlos, pareces idiota. ¿No decías que no querías mierda en tu email?»
Si. Y sigo sin quererla. Por eso no voy a mandar mierda. Ni spam.
Planeo mandar reflexiones. Las mismas que mando por carta. Pero al mail.
No se si serán todos los meses. O uno de cada cinco. O todas las semanas. O todos los días. O una vez cada cuarenta y tres días. No lo se.
No se si te mandaré el primer correo hoy. O mañana. O en dos meses. No lo se.
Y, si te soy sincero, no me lo planteo. Cuando tenga que pasar, pasará.
Esto es más un acto de confianza que otra cosa. Un «quiero que me cuentes cosas, aunque no sepa qué son, ni cuándo». Es una apuesta.
De la que, por supuesto (y por ley), te podrás salir en cualquier momento.
No quiero que me mandes cosas al email, yo quiero cartas a casa
Pues busca otra newsletter.
O una máquina del tiempo, y vuelve tres años atrás. Recuerda avisar de lo del coronavirus, no me seas mala gente.
Hay mucha gente que no quiere leer un email, o que si no puede tocar lo que lee, no lo lee.
Si es tu caso, entonces no te suscribas. De verdad, no lo vas a disfrutar.
No es una newsletter para quienes no disfrutan de leer. Es una para quienes si.
Para los otros no.
Tampoco es una de esas listas a las que apuntarte por compromiso.
Ni de broma.
No me gusta insultar la inteligencia de la gente, y menos hacer pagar por un contenido que no quieres. No.
En serio, si te vas a apuntar solo para decirme por tuiter que te has apuntado, no te apuntes.
Hace unos años, cuando todavía estudiaba, me ofrecieron una beca para un curso que de ningún modo habría podido pagar.
El trato era buenísimo: Yo no pagaba nada, y podía estudiar. A final de año, tanto si aprobaba como si no, me salía gratis.
Podía, literalmente, apuntarme a ver la vida pasar, mientras hacía webs por dinero, y echar la lotería en los exámenes.
Con algo de suerte, me llevaba un título por la cara.
¿Sabes lo que hice?
No la acepté.
– ¿Porque soy tonto?
– ¿Porque soy muy listo?
– ¿Porque el sistema educativo no funciona?
– ¿Porque el material era digital y no incluía cartas a mi casa?
No.
Rechacé la beca porque no la iba a aprovechar.
Porque antes incluso de pensar en si me interesaba, si tenía sentido o si me iba a servir para algo, me di cuenta de que me daba igual.
Y que habría alguien a quién no. Alguien a quien no, y que tampoco sé lo podría pagar.
Por qué te cuento ésto.
– ¿Para que veas lo bueno que soy?
– ¿Mi rectitud moral y social?
– ¿Mi sentido de la justicia y la avaricia?
– ¿Para fliparme de gratis?
Nada de eso.
De hecho, creo que me ofrecieron la beca por error.
Yo no era el listo de la clase. Ni siquiera el gracioso. Yo era el que no abría mucho la boca para que no le lloviesen collejas del gracioso ni zascas del listo.
Te lo cuento porque lo de las newsletter no es infinito. Ni gratis.
Las plataformas de newsletter valen pasta. Mailchimp, Sendinblue o cualquier otra, dejan mandar unos cuantos emails gratis. Luego, a pagar. Primero es poco, pero conforme crece, los costes se suben muchísimo.
No creo que de hoy a mañana se me vaya a disparar el coste. No creo. Pero antes de que se me vaya de las manos, cerraré las inscripciones. Igual que cerré las cartas.
Si te vas a apuntar sólo porque es gratis, porque es fácil, o… Porque si, mejor no te apuntes. No le quites el sitio a otro.
Si, por el contrario, has leído hasta aquí, y entiendes por qué mandé cartas, por qué ya no las mando, y por qué ahora van a ser emails, entonces, y solo entonces, suscríbete.
p.d. Para apuntarse, en el botón de arriba.